Había mucha gente y todos sabían qué debían hacer y mostrar y yo con mi cabeza confusa entre las muchas cosas que quería decir. No sabía por cuál optar ni cuál era la más importante y ya era mi turno. Era la última, todos me estaban esperando y salí adelante sin saber a lo que iba, sólo dejándome llevar.

Salté y me mantuve en el aire cambiando de posición me estiré, volví a encorvarme y a estirarme muchas veces sin tocar en ningún momento el suelo. Cuando paré agarré una hoja, un lápiz grafito, y comencé a escribir el abecedario muy lentamente. Cada letra me costaba más. Me decían que para de escribir, que ya estaba bien, pero no podía, no quería escucharlos y ya no pude controlarme más. Me solté a llorar, como si me sacaran el alma. Era una rabia, una impotencia, una pena terrible. Se me apretó el pecho, las lágrimas eran incontrolables, la gente no podía consolarme, no quería que me consolaran, quería seguir sintiendo eso. Quiero seguir sintiendo eso.