Baul de los recuerdos
“Caminante pie, tierra, pie arriba tierra, pie arriba tierra, siga, siga dos cuadras más adelante y dobla a la izquierda. Gracias! Pie arriba tierra, pie arriba tierra, siga, siga, tres alzadas de manos y no grite tan fuerte que lo estamos escuchando. Una pausa para pensar, ahora son dos caminos.
Siguió marchando con la pesada costumbre sobre los hombros, la misma calle, el mismo portero, la misma lista gravada de datos desagradables. Paso arriba paso y arriba, gírala 180 grados y cientos de caras, casi tan comunes como su pesada costumbre sobre los hombros.
¿Por qué no me cansa? No, las ojeras no anulan mi afirmación.
Un letrero insiste en recordarle que ya no le quedan más días. Se angustia en un mar de incertidumbres, de decisiones precipitadas, de alternativas a) b) c) d) o ninguna de las anteriores. ¡Despierta! acaba de tocar y sigues ahí mirando a la nada.
El caminante se transforma en observador, sus pupilas crecen casi
¡Un zumbido! Movimiento, ¡aprecia el día! Carpe Diem.”
“¿Entonces? Seguía caminante, incluso dejó de acordarse del último pie arriba tierra que acababa de hacer. Un ruido molesto lo impulsa a girar nuevamente en 180 grados la manilla dorada, instalada en la puerta azul. Sigue caminante, el mismo cartel pegado, la misma ventana plagada de sueños voladores. Vuelve a girar la manilla y un vozarrón unido a una gran sonrisa despiertan asustado al inerte caminante. Dos palabras le bastaron para entender que la costumbre sobre sus hombros nos era sino el recuerdo de sus pasos plagados de historias, y no siguió en la inercia, no siguió con la mirada perdida en el horizonte, abrió